De repente… un extraño.
Tutor Legal en caso de Demencia – Testimonio
Me llamo Ángela, tengo 48 años y un día me di cuenta de que mi padre era distinto.
A veces se enfadaba por cosas que no tenían importancia, otras veces me contaba cosas que apenas podía creer, era más torpe y me preguntaba lo mismo una y otra vez.
Era muy habitual que me llamase a casa a preguntarme el día en que estábamos y si sabía dónde había dejado alguno de sus objetos, ¡incluso me preguntaba si yo me los había llevado!…
Cosas de la edad…
Pero entonces pasó algo que realmente me preocupó. Mi padre me llamó por teléfono angustiado porque se había desorientado y no podía recordar cómo llegar hasta su casa. Tuve que salir del trabajo de forma apresurada para ir a su encuentro.
Recuerdo perfectamente su cara, el gesto que tenía cuando le encontré y la presencia de una persona que intentaba tranquilizarle.
Cuando llegamos a su casa levanté el teléfono para llamar a mi hermano y le conté lo que había pasado. No le dio mucha importancia y evitó comprometerse con prestar especial atención a las señales que a mí me alarmaban. Supongo que son líos que es mejor evitar.
Cuando al día siguiente comenté con mi padre lo que había pasado, no recordaba nada y entonces decidí que había llegado el momento de consultar con un médico.
Parece ser que mi padre tenía una demencia. Lo más probable es que sea Alzheimer, me dijo el médico, pero habrá que esperar para ver cómo evoluciona. El médico, sin que estuviera presente mi padre, me contó los efectos y consecuencias y me preocupé bastante.
No me lo podía creer, yo hablaba con él y no me podía imaginar que tuviese esa enfermedad que sale en las películas en las que el paciente no sabe ni lo que dice. Mi padre vivía solo, iba a la compra, al banco, paseaba, incluso seguía conduciendo su coche.
Pero la verdad es que no podía estar solo y seguir con la vida que llevaba.
¿Y si volvía a desorientarse?¿Y si no administraba bien su dinero?¿comía y bebía lo suficiente?¿se tomaba sus medicinas?¿dormía bien?…demasiadas dudas, demasiadas preocupaciones.
Busqué información en internet y leí casos de pacientes que se comportaban de forma agresiva, otros que se aislaban en su casa, los que acumulaban basura (síndrome de Diógenes lo llamaban), algunos habían tenido accidentes en sus casas o con sus coches. Y desde luego yo no iba a permitir que nada de eso le pasase a mi padre. Sí que decidí dejar de preocuparme para empezar a ocuparme.
Hablé con mi padre y él mismo decía que estaba bien, que no necesitaba nada y que por supuesto no necesitaba a nadie. Su negación y oposición iba a ser muy difícil. Me sentía mal por intentar obligarle a cosas que no deseaba. Contratar a una señora para que le acompañase en el domicilio sabía que iba a ser un problema. Llevármelo a casa era muy complicado por mi horario laboral y desde luego ni siquiera quería pensar en una residencia.
Unos días después, me llamó la directora del banco, quien conocía a mi padre desde hacía muchos años, para decirme que había ido a sacar dinero y que una hora después volvió a por más dinero y que ni recordaba haber estado allí antes. La directora me dijo que se lo había dado porque no podía negarse pero que su actitud era rara y que quería avisarme para evitar algún perjuicio. Le agradecí mucho que me avisase.
Le dije a mi hermano que debíamos hacer algo y me contestó que lo que yo decidiese le parecía bien. Vamos, que estaba sola. Y sola decidí actuar.
Llegó el momento de llamar a un abogado y de incapacitar a mi padre. Llegó el momento de cuidar de él. Llegó el momento de protegerle como él hizo conmigo durante tantos años de mi infancia.
Hablamos con el Juez y me convertí en la tutora de mi padre. Al principio, me preocupaba la responsabilidad que acababa de asumir pero entendí que mi padre era lo más importante y que debía cuidarle como si fuese otro de mis hijos.
Decidí que por las mañanas fuese a un centro de día para hacer estimulación cognitiva y fisioterapia. Era muy importante que mantuviese activas sus capacidades intelectivas y motrices para que su calidad de vida fuese lo mejor posible. Además, el hecho de estar ocupado y acompañado por otras personas mejoraba su autoestima y su actitud. Por las tardes le acompañaba siempre que podía y en todo caso tenía una persona que le acompañaba hasta la mañana del día siguiente. Él empezó a adaptarse y yo me sentía satisfecha de como estaba, tranquilo, seguro, cuidado.
Como tutora pedí una prestación a la administración de mi Comunidad Autónoma para pagar el centro de día. Con su pensión y esa ayuda pude ir atendiendo a sus necesidades. Aunque tuve que vender su casa de la playa. Él ya no la usaba, yo tampoco y el dinero le vendría muy bien para sus cuidados. Pedí autorización al Juez y busqué un comprador. Con el dinero pude ocuparme de mi padre respetando sus gustos, atendiendo a sus necesidades y acompañándole en todo este proceso al que tuvimos que enfrentarnos, juntos, como siempre estuvimos.